Amores, mal llamados platónicos. Marta Sánchez

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Mi suegra, y ... perdonen que empiece de un modo tan desagradable. Mi suegra, decía, siempre estuvo enamorada patónicamente, de Clark Gable, ese que hacía de Refft Butler en "Lo que el viento se llevó" (entre otras cosas, se llevó mi paciencia, por cierto). La encantan el bigote y esa media sonrisilla de sinvergüenza simpático, detalles que, a buen seguro, le gustan a la mayoría de las señoras con dos dedos de frente. Desde que la conozco, tiene pegada una foto suya en la puerta del armario, resistente a mudanzas y cambios varios. Su hija, heredó esta costumbre, enamorándose en su adolescencia, o sea, hace dos días, de Paul Newman, hasta el día de hoy, a pesar de la evidente huella que el tiempo ha dejado en el fisico del mozo en cuestión. La ortodoxia dice que el platonismo nos lleva desde la "contemplación de la belleza, hasta el conocimiento puro y desinteresado de su esencia" y aquí ya, patinamos. Ni puro, ni desinteresado. En todo momento, nuestros planes incluyen compartir sábanas, lo que convierte el platonismo en un amor frustrado, imposible, sin más. Nadie se encoña con un ideal para compartir una hipoteca, ni para llevar a los niños a un cumpleaños horrible. No imaginamos a la persona amada levantándose por la mañana, nos la imaginamos yendo por la noche a la cama ...con nosotros. Es lo normal. En mi caso esto ha sido así religiosamente, aunque he de reconocer que, periódicamente, he ido cambiando de amor (mal llamado platónico), con el paso del tiempo, según se asentaban mis hormonas y porteriormente, comenzaban a pudrirse hasta adquirir el noble grado de "viejo verde" (que es la misma mente sucia de joven, con la diferencia de que ahora te ríen las picardías) que espero alcanzar en breve, en plenitud de facultades.


En mi adolescencia, mi primer amor, mal llamado platónico (y en este caso, más bien "nada platónico"), fué una señorita llamada Ann Margret, a la sazón sueca afincada en Hollywood, que me abdujo completamente. En una película titulada "Un beso para Birdie" me marcó para varios años, y no me pidan que me extienda en esta parte del relato, ni les dé detalles engorrosos. Más adelante, viendo "La noche americana" de F. Truffaut, conocí a Jaqueline Bisset y me enamoré perdidamente de ella, también con escaso platonismo. Durante tiempo amé a "J.B." (siglas que, todo sea dicho, me resultaban muy familiares, por aquel entonces), hasta que los años comenzaron a hacer mella en mí y, sobre todo, en ella. De improviso, entró en mi vida la mujer atractiva por excelencia, Susan Sarandon  ("Thelma y Louise" entre otras), enviando a la Bisset al banquillo. No era especialmente guapa, pero tenía una fuerza personal que me tuvo cautivo hasta que vino Tim Robbins y se la quedó toda para él. Entonces apareció Nicole Kidman que, con ese "no-sé-qué-tiene-esta-mujer", inocente y salvaje a la vez, ha ocupado mi corazón mal llamado platónico, hasta nuestros días.

Pero, siempre hay un pero, he de confesar que durante estos años, las he engañado vilmente a todas (mal llamado platónicamente, por supuesto) con Marta Sánchez, ese monumento nacional, que ha sido mi musa (nada que ver con la mayonesa), mi deseo reprimido más feroz, mi amante (mal llamada....etc) oculta. Ay!
En la actualidad, cansado de tanto platonismo y tanta majadería, he decidido quedarme con una londinense espléndida, que reúne todos los encantos de las anteriores y es real.
Algún día os la presentaré
Fuerteventura 2009

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